Si comparamos la huella ecológica, la diferencia entre un paleolitico y un neolítico es aún mayor. Nómadas y sin animales de carga, las posesiones de los paleolíticos se limitan a lo que pueda llevar encima al trasladarse a pie de un campamento a otro. El lastre de sus posesiones materiales ronda los nueve kilos de media por adulto. El nuestro se mide en toneladas. 

Su impacto ambiental es ínfimo. Evaluado en unidades de energía, de barriles de petróleo consumidos per capita, al estilo de vida norteamericano –sueño y meta de los actuales habitantes del planeta, que, aunque no se alcance, sirve para dimensionar y comparar– equivaldría a que 7.500 millones de humanos, con el tren de vida más despilfarrador, consumirían la misma energía que 375.000 millones de paleolíticos. De aquellos diez millones de humanos no domados quedan unos pocos de miles. El resto han sido exterminados. Los que sobreviven, resisten, a pesar del acoso. Quieren ser como son, que nada les cambie. 

Tienen como norma sagrada no retener la energía. Saben que fluye libre. Ser parte de ella implica no dominarla. Domar, domesticar, dominar, son palabras y conceptos inexistentes en su vocabulario.

Esta entrada es un extracto del libro: “DESCUBRIR LO LIBRE. Cómo se desveló el Paleolítico y la evolución de la vida”. Autor: B. Varillas. Madrid, marzo de 2022. 174 pp. 12×18,5 cm. Distribución: www.elcarabo.com  (Adquiérelo; ayuda al autor a continuar esta obra. Gracias. Nota: parte de este libro se publicó como adelanto en el tomo La Estirpe de los Libres en 2018. El que tenga ese tomo, sepa que éste actualiza el mismo).